viernes, 19 de septiembre de 2014

Sammy

Hoy también comenzó a llover, espero y los truenos no azoten el techo de mi habitación.

Hace dos semanas que no para de llover, los niños de la calle ya no salen a jugar y la anciana que vive cruzando la acera ya no sale a mecerse en su silla de madera. Los climas lluviosos son tristes, el cielo siempre está entre negro y gris y no se puede salir a jugar.
Bajo las escaleras hacia la sala para ver a Elda mirando por la ventana, miraba las gotas que lentamente caían por el cristal por el cual se reflejaban los relámpagos que de vez en vez llenaban el cielo. Mi mamá, por otro lado, estaba en la cocina preparando esas galletas de vainilla que tanto me gustan; también preparaba café pero su sabor es amargo y no me gustan las cosas amargas, aunque debo admitir que su aroma llenaba la casa con un aire que relajaba el ambiente y te hacía entrar en calor.
Mi papá estaba sentado en el sofá viendo la televisión apagada, creo que necesitaba que alguien le ayudara a encenderla por lo que caminé atravesando la alfombra debajo de la mesita de mármol de la sala hasta que llegué al televisor y lo encendí. Levantando su mirada cabizbaja lo único que hizo fue levantarse a apagarla para después subir las escaleras a su habitación.
¡Al fin estaban las galletas! Escuché el timbre de ese reloj en forma de huevo que mi mamá utilizaba para saber cuánto tiempo dejar sus cosas en el horno, ¡olían delicioso! No obstante, las dejó en un lugar donde me era muy difícil alcanzarlas por más que me parara de puntitas, mi edad ni mi altura me ayudaban a alcanzarlas por más que me esforzara -estaba molesto de que mi mamá no me diera a probar alguna-.
Cuando la manecilla grande alcanzó el diez mientras que la chica estaba muy pegada a ella pero sin tocarse escuché el timbre de la puerta, no tenía intenciones de ir ya que estaba molesto, por lo cual Elda se dirigió a abrirla -parecía que estaba muy cansada por la forma en que caminaba-, ¡eran mis abuelos y mis tíos que habían venido! Era raro que ellos vinieran a visitarnos, por lo que mi mueca se transformó en una sonrisa y rápido salí a abrazar a la abuela. Apenas iba llegando cuando mi mamá se me puso en el camino y la invitó a sentarse, ¡qué le pasa! ¡¿Por qué me ignora?!
Mi madre abrazó a la abuela quien no resistió y sus ojos se le llenaron de lágrimas, estaba triste pero ¿Por qué estaba triste? Al mismo tiempo que noté sus lágrimas en sus ojos vi que todos vestían horriblemente de negro, el negro es un color malo, a mí no me gusta el negro.

No sólo la abuela lloraba, mientras más se acercaban al fondo de la sala más se ponían tristes. Caminé desde el recibidor lentamente hasta el fondo de la sala, pasé al tío Sam, al tío Roco y a la tía Martha y cuando finalmente llegué al fondo vi a mi padre –se veía muy mal-. Cuando me acerqué a ver que tenía vi que estaba abrazado a una caja, era una caja bastante curiosa y no se parecía en nada a las que usaba cuando jugaba a los astronautas. Habían puesto un escalón para la abuela y cuando se bajó me subí a mirar dentro. Ahí estaba yo, estaba durmiendo.