Hoy
también comenzó a llover, espero y los truenos no azoten el techo de mi
habitación.
Hace
dos semanas que no para de llover, los niños de la calle ya no salen a jugar y
la anciana que vive cruzando la acera ya no sale a mecerse en su silla de
madera. Los climas lluviosos son tristes, el cielo siempre está entre negro y
gris y no se puede salir a jugar.
Bajo
las escaleras hacia la sala para ver a Elda mirando por la ventana, miraba las
gotas que lentamente caían por el cristal por el cual se reflejaban los
relámpagos que de vez en vez llenaban el cielo. Mi mamá, por otro lado, estaba
en la cocina preparando esas galletas de vainilla que tanto me gustan; también
preparaba café pero su sabor es amargo y no me gustan las cosas amargas, aunque
debo admitir que su aroma llenaba la casa con un aire que relajaba el ambiente
y te hacía entrar en calor.
Mi
papá estaba sentado en el sofá viendo la televisión apagada, creo que
necesitaba que alguien le ayudara a encenderla por lo que caminé atravesando la
alfombra debajo de la mesita de mármol de la sala hasta que llegué al televisor
y lo encendí. Levantando su mirada cabizbaja lo único que hizo fue levantarse a
apagarla para después subir las escaleras a su habitación.
¡Al
fin estaban las galletas! Escuché el timbre de ese reloj en forma de huevo que
mi mamá utilizaba para saber cuánto tiempo dejar sus cosas en el horno, ¡olían
delicioso! No obstante, las dejó en un lugar donde me era muy difícil
alcanzarlas por más que me parara de puntitas, mi edad ni mi altura me ayudaban
a alcanzarlas por más que me esforzara -estaba molesto de que mi mamá no me
diera a probar alguna-.
Cuando
la manecilla grande alcanzó el diez mientras que la chica estaba muy pegada a
ella pero sin tocarse escuché el timbre de la puerta, no tenía intenciones de
ir ya que estaba molesto, por lo cual Elda se dirigió a abrirla -parecía que
estaba muy cansada por la forma en que caminaba-, ¡eran mis abuelos y mis tíos
que habían venido! Era raro que ellos vinieran a visitarnos, por lo que mi
mueca se transformó en una sonrisa y rápido salí a abrazar a la abuela. Apenas
iba llegando cuando mi mamá se me puso en el camino y la invitó a sentarse,
¡qué le pasa! ¡¿Por qué me ignora?!
Mi
madre abrazó a la abuela quien no resistió y sus ojos se le llenaron de
lágrimas, estaba triste pero ¿Por qué estaba triste? Al mismo tiempo que noté
sus lágrimas en sus ojos vi que todos vestían horriblemente de negro, el negro
es un color malo, a mí no me gusta el negro.
No
sólo la abuela lloraba, mientras más se acercaban al fondo de la sala más se
ponían tristes. Caminé desde el recibidor lentamente hasta el fondo de la sala,
pasé al tío Sam, al tío Roco y a la tía Martha y cuando finalmente llegué al
fondo vi a mi padre –se veía muy mal-. Cuando me acerqué a ver que tenía vi que
estaba abrazado a una caja, era una caja bastante curiosa y no se parecía en
nada a las que usaba cuando jugaba a los astronautas. Habían puesto un escalón
para la abuela y cuando se bajó me subí a mirar dentro. Ahí estaba yo, estaba durmiendo.